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15 jul 2010

Escritos con chocolate


Una de las participantes de nuestra fiesta "Aquellas viejas historias con sabor a chocolate", nos permitió publicar el texto que leyó en aquella oportunidad. Agradecemos a Patricia Viaña su permiso y esperamos que disfruten sus palabras.

Aquellas viejas historias hoy…


Ante el ofrecimiento de Cristina de un nutritivo chocolate con churros, preparo mi servilleta, mientras van surgiendo dentro mío, recuerdos de aquellos que habitaron las cocinas de mi infancia y adolescencia, espacios de abundancia y aromas.

Primero entre primeros, siempre Marcos, con su “Iqui niña Patricita, aquí no haver crrrissis”, grito de guerra con el que debía encarar el revuelto Gramajo para treinta personas, o los Gran Paraná rellenos, más la pila de panqueques de acelga, manzana o dulce de leche; las castañas en almíbar que le dejaban rojos los dedos por el agua caliente, o su dulce de zapallo puesto la noche antes en cal viva.
Su madre lo subió a un barco para escapar a una Polonia paupérrima; y le aconsejó trabajar de cocinero para no pasar nunca hambre…
Marcos, que rociaba el pavo con coñac, mientras decía: -“ una copita para pavito, una para Marquitos; una para pavito, otra para Marquitos...” Qué hombre esencialaa de icita, no habs...mi taza de chocolate y mi porcias miento qr a toda mi gente del alma, todos ellos aparecen en el hummente pacífico…

Recuerdo a Olga, fugitiva de Hungría, en la Vigilancia, con esas ollas humeantes de sopas con verduras y mucho zapallo; siempre lidiando con la leña que ennegrecía las hornallas de hierro, en la vieja y calurosa cocina.
Eva, en los veranos en Moreno, con sus ojos de un celeste tan pero tan claro, y esa piel blanquísima, peinada con rodete impecable y muy callada siempre. Purgaba - con harina y en cajones - los caracoles que habíamos atrapado en el jardín de Formosa 1431.

También a Ernestina, de ñoquis de papa perfectos o a Rosalía con sus masitas de limón glaseadas arriba; y ya frutilla de la torta, un personaje que traía la picaresca española al siglo XX: Pepita, payasa parlanchina, bailaora de entrecasa, de repasador en mano y cantes flamencos, de rasgos gitanos con ojos muy oscuros y piel cetrina.

Llegaba a casa los fines de semana, para atender tés pantagruélicos, que sostenían interminables juegos de cartas. Allí flotaba una atmósfera cargada, compuesta del perfume de las señoras; el humo de cigarros y pipas, sobre el de cigarrillos; y el aroma de masitas y sándwiches, junto al del café y el whisky, que - comprado de contrabando - a veces resultaba falso.

Pepita era la reina del chocolate; lo batía con su paleta de madera especial, hasta dejarlo espumoso, y lo acompañaba con unos churros finitos y crujientes, fritos por mano experta.
Pepita también me hizo conocer una cara inusual en esa época de mi vida, la buscadora del tacho de basura. Al pedirle que dejara de hurgar en los restos, respondía que el hambre pasado en la guerra civil en España, le había enseñado a no tirar nada y que, en esa Argentina de 1969, no podíamos imaginar una situación así.
Era trágica y bufa al mismo tiempo; al preguntarle por su marido, decía como un rayo: - “¡Dios lo tenga en su Gloria, que a mí me dejó en ella! …”

Cada día que cocino, lo hago en parte por la necesidad de reencontrar los mismos olores de entonces; para convocar junto a mí - a través de esas ollas - a aquellos extranjeros de los que recibí tanto, tantos años.
Hombre y mujeres - con algo siempre de desarraigo –, que se fueron afincando en casa, protegidos por el carácter fuerte, pero a la vez contenedor de mi madre, quien - aunque a gatas hervía un huevo -, se las ingeniaba siempre para vestir su mesa con un nivel superlativo.

Termino estas líneas, porque es hora de proponer su trueque por el chocolate y los churros prometidos. Ainsi soit-il.

1 comentario:

eguivit dijo...

Muy interesante la descripción del "chocolate con churros" del que disfrutaron en Espacio Y.
Saludos y felicitaciones por el blog.